(Opinión) «Crónica de una muerte anunciada»

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CRONICA

*Por Geremías Candela – El día en que lo iban a matar, amaneció a las 7 a.m. Había soñado que estaba en un desierto y aves de rapiña cagaban en torno a él. Siempre soñaba con mierda de pájaros, pero no creía en los presagios. Esa mañana se encontró a dos desconocidos frente a la casa, «estarán por algún trabajo», pensó. El señor Nassar los recibió en la puerta principal.

Desde lejos, llegaba una brisa que prometía lluvia y, por un instante, fue feliz. De repente, una vetusta y ruidosa motosierra lo sacó del trance, anoticiando el motivo de la reunión. Tenía cicatrices de la visita anterior.  «Espero tener reservas para rebrotar», pensó el árbol, pero no sería el caso, fue más lastimoso de lo esperado.

Los desgraciados empezaron a despedazarlo desde la copa. Una a una caían sus ramas, como sus flores, apagándose. Mutilado hasta la raíz, se sintió completamente desolado, no viviría un año más.

 —Ahora sí va a verse bien su fachada, jefe —comentaron, luego de acabada la tarea, los desgraciados.

El agua que se les había ofrecido estaba turbia e intacta en la jarra, últimamente, venía con mal sabor. Y partieron, orgullosos, listos para otro arboricidio.

—Ya no voy a renegar más con las hojas ni con esos pájaros de mierda —concluyó el vecino. Aquella tarde, se dispuso a barrer los restos de hojas, ramas y la tierra que no dejaba de llegar a su vereda—. ¡Qué viento de mierda! —puteó al aire, frustrado.

Más tarde, viendo televisión, pasaba por la sección de noticieros: «Se intensifica la desertificación en el pulmón verde del planeta por el desmonte y los incendios», «sequía extrema, ciudades sin agua y miles de especies en riesgo de extinción», «centenar de muertos por ola de calor que azota la región, electrodependientes mueren día a día»… No le interesaba, buscaba el canal de deportes.

De pronto, oscuridad.

—¡No, otra vez! —se indignó.

Salió a la calle. Desde el norte llegaba un viento caliente con ráfagas ásperas. Se cubrió la cara y entrecerró los ojos, pero no pudo ver más allá.

—Cortó en toda la ciudad —advirtió un fulano al pasar.

Volvió a resguardo y, esperando que arreglen el problema —la noche ya invadía la casa—, terminó por dormirse. Aunque lo ignoraba, yacía allí, como el árbol que alguna vez lo hubo protegido… condenado a una muerte lenta y tortuosa.

Despertó horas más tarde por un pitido eléctrico. Era el aire acondicionado, programado a 16 °C. Dormiría fresco y cómodo, una noche más… todavía.

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